El duelo

Mi hermano, Wilder

Hace poco escribí en mi Instagram un post sobre la muerte y cómo llevar el duelo (https://www.instagram.com/p/B0eF0vWnYNq/) A los dos días, sin imaginarlo, me entero de la muerte de una persona que, aunque no la conocía supo robar mi corazón. Ella, en fracciones de días le hizo no sólo el moises más lindo y de buen gusto a mi bebé, sino las almohaditas decorativas para su cuna con su nombre bordado en los colores que combinaban perfecto con la decoración del cuarto.

Me comentan que los hizo con tanta ilusión, que de inmediato se encariñó con la bebé que aún no nacía y pidió conocerla en cuánto lo hiciera. Una energía la movió a realizar esta tarea casi que titánica (considerando situación país y la distancia) en tiempo record.

No se pudo. Ella padecía de un cáncer que había vuelto por segunda vez de manera silenciosa, y que se la deboró tras una caída y consecuente fractura de cadera. Nadie se lo esperaba.

Me puse triste, lo reconozco. Pues soñaba con irle a dar las gracias con mi Olivia en los brazos. En vez, decidí agradecer: A Dios por ponerla en mi camino, a mi madrina por llevarme a ella, y a su noble corazón que conectó con la energía noble de mi bebé. Luego dormí para tratar de no pensar en la desilusión de lo que no pudo ser. Fue mi manera de llevar ese duelo.

A la mañana siguiente un mensaje ilumina la pantalla de mi celular: «Se nos fue nuestro caballo cubano. Que dolor tan grande!» No entendía…

Wilder tenía 41 años. Era mi amigo…que digo mi amigo, era mi hermano desde que el tenía 29-30 años. Vivimos alegrías, miedos, celebraciones, nacimientos, fiestas, despedidas, comidas, muchas comidas e infinitos momentos inolvidables juntos. Su esposa y su familia, junto con él se sintieron en la necesidad de cuidarme y protegerme en un país en el que me encontraba sola. Se convirtieron en mi familia. Ellos, me enseñaron de la democracia a través de la dictadura que conocían de Cuba, de la libertad a través de la opresión de la que fueron víctimas, de los sueños a través del truncamiento, de la lucha y perseverancia a través de las oportunidades de aquél país…

Él, en especial, me enseñó a reírme aunque estuviese molesta porque siempre encontraba como darle la vuelta a todo. Me calmaba diciéndome «no niña, tu no te preocupes por eso.» Me instruía de «las maravillas» de lo que en forma jocosa llamábamos «El Imperio» (USA) al que él tanto admiraba y amaba.

Recuerdo la cara de niño emocionado con la que me esperaba en la puerta de su casa para mostrarme bien sea el carro nuevo que obtuvo por el Lease o cualquier remodelación que le haya hecho a la casa. La emoción en sus ojos literalmente tenía 5 años de edad.

Fue quien me enseñó a bailar salsa cubana después de que le dije que en un crucero me habían enseñado. Me dijo «Obbidate que esa gente no sabe nah’ de eso.» jaja. Es que escribo esto y me río sola recordando sus ocurrencias.

Pero a lo que realmente le quiero rendir honor fue su compañerismo, su honestidad, su lealtad, sus ganas de vivir, su amor por tenernos a todos sus amigos juntos, reunidos, cerca de él y el sentir que nos atendía. Se llenaba de eso: de la consentidera. «Oye, come que ahí hay más. No has comio’ nah’.»

Wil disfrutaba cada instante, cada bocado, cada triunfo. Era un maestro nato en Mindfulness. Jamás lo vi realmente apagado. Incluso en la cama de un hospital me sonreía y mostraba alegría. Era optimista por naturaleza, noble, humilde, bueno de corazón con todos. Sin distinción.

Para el mundo terrenal, Wil se apagó muy rápido. Pero su alma, siendo tan buena quizá demoró en irse. A veces creo que se quedó un poco más para complacernos, porque su misión estoy segura ya estaba cumplida: impactar de manera permanente en el corazón de muchos. ¡Dejar un legado que seguirá por siempre!

Lo extraño. Claro. Estoy viviendo mi duelo. Pero Wil fue tan mágico en mi vida que hasta me preparó sin saberlo a cómo extrañarlo, porque es que intento llorar y automáticamente surge en mi mente el recuerdo de alguna de sus frases (con su voz incluída) y me río. De inmediato recibo el mensaje de «gózate la vida que es sólo una. Sonríe,» o, en sus propias palabras «Aquí lo que no hay es que morirse.»

Me sentiré triste por un rato, lo sé. Pero también me siento ¡FELIZ! Feliz de haberlo conocido, de haberlo tenido en mi vida de una forma tan cercana, de haber podido escuchar tanto de él y así aprender. Feliz porque su motivación, entusiasmo y alegría con la que vivía no pueden ser más que mi nuevo legado de vida. No seguirlo sería no honrar su paso por mi vida, y su memoria.

Esto es el duelo: Dolor cubierto de agradecimiento. Toca vivirlo, digerirlo y sanarlo. Poco a poco. Un día a la vez. Pero si te lo propones, y lo atraviesas bien, no te prometo que en unos años no vayas a sentir nostalgia por su presencia física, pero sí te prometo que no lo vas a extrañar, porque un duelo bien vivido es la llave para que esa persona quedé para siempre en ti.

Con amor,

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